La industria de la carne

Durante miles de años, nos hemos acostumbrado a ver a los animales como simples recursos para nuestro beneficio. Al principio, se trataba de algunos pocos animales cuya explotación ayudaba a subsistir a pequeñas comunidades de humanos. Con el tiempo, y sobre todo a partir de la revolución industrial, la ganadería se ha alejado cada vez más de aquella imagen de granja que todavía hoy nos venden.

Precisamente en una era en la que cualquier producto vegetal está disponible en cualquier parte del globo, cuando la humanidad por fin puede independizarse de los animales, cuando las tecnologías nos abren nuevos horizontes, la industria de la explotación animal para consumo humano sigue creciendo, alcanzando dimensiones monstruosas y convirtiendo la vida de miles de millones de animales en un verdadero infierno.

El ciclo nacimiento-muerte

Millones de gallinas, patos, cerdos, cabras, ovejas, vacas, conejos, perros y otros animales terrestres son asesinados cada 24 horas en el mundo a manos del hombre. En la inmensa mayoría de casos, las condiciones y las características del ciclo nacimiento-muerte son muy similares. Difícilmente puede llamarse a lo que experimentan un ciclo de vida.

Todos los animales terrestres explotados por la industria nacen tras la inseminación artificial de sus progenitoras, como parte de la planificación económica de un negocio. Son el resultado de largos procesos de cruces y manipulación genética cuyo objetivo es conseguir la mayor rentabilidad posible.

Nacen en cautividad y por lo general, son separados de sus madres en cuanto es posible: los pollitos enseguida, los terneros al cabo de unas horas, y los lechones al cabo de tres semanas. Todos sufren mutilaciones desde los primeros días: a las aves se les corta el pico (para que no puedan dañar a las compañeras de celda), a los lechones se les cortan los dientes (para que mamen más y engorden rápidamente) y luego se los castra (para que sean más dóciles y su carne sea más sabrosa) y a los terneros y a los chivos se los descuerna cuando apenas despuntan sus pequeños cuernos.

Hacinamiento y químicos

En su gran mayoría, estos animales viven hacinados sin la más mínima posibilidad de llevar a cabo una vida normal o de expresar sus verdaderas características. Los cerdos, por ejemplo, que todas las investigaciones señalan que disponen de mayor inteligencia que los perros y otros mamíferos, son animales muy limpios, sociales y curiosos Sin embargo, la explotación humana los aboca a una vida estresante y frustrante en condiciones higiénicas pésimas. Los rumiantes, cuyos antepasados pastaban libremente por los prados y montes, eligiendo libremente las plantas que masticar, son alimentados bajo el yugo humano con granos, soja y restos de animales molidos sin poder apenas moverse.

Aparte de la alimentación, que consiste en un mismo preparado de cereales y proteína mayoritariamente de origen transgénico, la industria les suministra regularmente antibióticos, hormonas de crecimiento, vacunas y vitamina B12. Asimismo, las instalaciones son rociadas constantemente con insecticidas, fungicidas, pesticidas y amoníaco, lo cual convierte la vida de estos animales, aún más si cabe, en una verdadera pesadilla sin escapatoria.

Del matadero al supermercado

La hora de la muerte les llega cuando, por lo general, ni siquiera han llegado al 25% del tiempo que podrían vivir en condiciones naturales. En cuanto el crecimiento del animal se ralentiza y su peso alcanza el punto óptimo para el ganadero, lo envían al matadero. Normalmente, esto conlleva viajes larguísimos en camión. Encerrados, mareados, desconcertados, sedientos y más hacinados todavía que en las instalaciones ganaderas, muchos de los animales llegan ya muertos.

Los que sobreviven todavía tienen que vivir el horror del matadero, una verdadera película de terror, sangre, chillidos y desesperación. Los mataderos son instalaciones de desmontaje automatizado en línea. Desde el momento en el que llega el camión de transporte, todo va deprisa. Se empuja a los animales por el pasillo de la muerte donde ya empiezan a oír y oler lo que le espera, sin poder recular ante los golpes eléctricos que se les propina. A las aves, se las cuelga de los ganchos de las cadenas que avanzan lentamente hacia la cuchilla. Muchas no mueren con el primer corte y agonizan desangrándose. Otras son lanzadas vivas a enormes depósitos de agua caliente donde son escaldadas.

Ya muertas y despellejadas o desplumadas, todas la víctimas son descuartizadas. Los restos de sus cuerpos sin vida son cortados en pedazos de diversos tamaños según el destino comercial que se les haya asignado y pasan por un proceso químico de “optimización”, para que la carne adquiera el color, el olor y la textura que los consumidores esperan encontrar.

Finalmente, estos restos de animales son envasados en paquetes cuidadosamente diseñados con colores e imágenes que no tienen nada que ver con lo que contienen y luego son distribuidos y comercializados como deliciosa carne a la población humana.