La lógica de la muerte y la destrucción se impone más allá de lo que podríamos imaginar. Nuestro caprichoso apetito nos obliga a encontrar más tierras donde confinar a los animales y cultivar cereales y proteína para ellos. Así, destruimos unas 50.000 hectáreas de selva tropical diariamente. No sólo preparamos el terreno para el asesinato de millones de animales en las instalaciones industriales, sino que destruimos directa e inmediatamente, toda la vida animal y vegetal que había en ese lugar.
Se estima que 163 especies distintas de animales, insectos y vegetales desaparecen de la faz de la tierra cada 24 horas. Hay animales que ya nunca conoceremos, insectos cuya diminuta labor ya nadie realizará, vegetales con propiedades curativas que ya nadie descubrirá y disfrutará. El equilibrio ecológico mundial está en peligro. La biodiversidad del planeta está siendo dañada, y la cría de animales para la industria ganadera es la mayor responsable de esta catástrofe.
Mientras en tierra firme la situación se agrava por segundos, si nos sumergimos en los océanos —que cubren el 71% de la superficie del planeta— el panorama es desolador. La pesca industrial ha agotado tres cuartas partes de las reservas de peces en todos los océanos del mundo. Por cada kilo de pescado atrapado en las redes, se atrapan “sin querer” 5 kilos de especies marinas diversas que no sirven para consumo humano. Son cetáceos, peces de distintos tamaños, moluscos y corales que suelen ser descartados en barcos repletos de mercancía en alta mar y lanzados de nuevo al agua, generalmente sin vida o heridos de gravedad.
Un ejemplo de ello lo desarrollamos en el artículo «La vergüenza de Juan«.
Miles de especies marinas han desaparecido. Cientos están en peligro de extinción. Las especies que sobreviven y que son objetivo de la pesca no tienen bastante tiempo ni densidad poblacional como para reponerse a la pesca y acercarse a su tamaño original. La capacidad de regeneración de la vida marina está al borde del colapso.

La pesca industrial y la maricultura (granjas de peces enjaulados en mar abierto), unidas a la contaminación química y de excrementos animales que se vierte constantemente al mar, están destruyendo los ecosistemas marinos. Teniendo en cuenta que los océanos son la mayor parte del planeta y que toda forma de vida proviene de ellos, estamos poniendo en jaque al origen mismo de la vida en la Tierra.
¿Hay solución?
A pesar de que las magnitudes de destrucción que hemos descrito parecen imposibles de frenar (o tan siquiera disminuir), hay un camino a la esperanza.
Cuando hablamos de las causas por las que los veganos se deciden a dar el paso de adoptar este tipo de vida, comentamos que hay tres: salud personal, respeto a los animales y defensa del medio ambiente. Si no lo has hecho, te aconsejo que leas: «Motivos para ser vegano«.
Al analizar los datos como que hemos citado en este artículo, vemos cómo simplemente cambiando el tipo de dieta diaria, reducimos nuestro impacto sobre el medio ambiente de una forma mucho más eficaz de lo que conseguimos mediante otras vías (reciclaje, ahorro de energía, etc.).
Y precisamente reduciendo ese impacto sobre el medio ambiente es como podemos minimizar esta destrucción tan alarmante.